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martes, 2 de septiembre de 2008

Inventamos, erramos o tomamos decisiones

La vida, en un porcentaje nada despreciable, es producto de las decisiones que tomamos para poder vivirla. Por lo tanto, cuando vamos a tomar una decisión, debemos reflexionar con mucho cuidado sobre las consecuencias que tendrá en nuestras vidas y en las vidas que pueden ser afectadas a partir de las mismas. Una vez tomadas las decisiones, debemos creerlas en el corazón y sostenerlas con la voluntad. De esta manera seremos congruentes con nuestras acciones y persistentes ante las múltiples barreras que pretenderán hacernos desistir.

Ahora bien, esta recomendación estratégica por demás, muy pocas veces es factible asumirla al pié de la letra, en la dinámica real de la vida. Muchos de los acontecimientos cotidianos nos exigen asumir decisiones de manera instantánea, azarosa, abrupta en ocasiones, pero generalmente esperanzados y visualizando el éxito fortuito, o por lo menos, no previendo fracasos. Más que en lo pertinente de la decisión, valoramos el riesgo de arriesgarnos. Muchas veces, la intuición, la inventiva, o experiencias previas orientan, en cuestión de segundos, decisiones trascendentales, En otras ocasiones, las presiones se dan ante decisiones que habían permanecido en suspenso, en el viaducto del tiempo, relegadas en segundos planos, escondidas detrás de múltiples excusas, en espera del momento adecuado, pero el tiempo se agota. Entonces, asumiremos posibilidades paradójicas, sin analizar mucho sus consecuencias. O lo que pudiera ser más grave aún, cuando la posibilidad de tomar decisiones se agotaron, por lo tanto, las consecuencias son un hecho irrevocable. Vendrán entonces las odas a la mea culpa, o sua culpa,

Realmente, esto de decidir, no es un mero acto mecánico de selección entre múltiple respuestas o un proceso, igualmente mecánico de deshojar margaritas. Las decisiones son parte inevitable de las actividades humanas. En el afán de prepararnos para dar respuestas acertadas, establecemos técnicas, conjunto de pasos para el buen proceder, que funcionan como ejercicios en situaciones de laboratorio, pero se entumecen, dejan de fluir ante la realidad. Tal vez un cambio importante en la esencia humana se centra en la actitud favorable a encontrar en los problemas una forma de aprovechar las múltiples oportunidades de cambio que ofrecen y no simplemente en la urgencia de resolverlos para reencontrar el status quo en el cual nos sentimos cómodos.

Como decidir y sentirnos satisfechos, independientemente de los resultados… esa es la cuestión.