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domingo, 22 de abril de 2007

Por amor a Manchita

Marifè es una adolescente caraqueña de andar desenvuelto. Aquella tarde, después de bajar de su transporte escolar, caminaba rápido hacia su casa, como todos los días, cuando lo vio de lejos y sintió como saltaba su corazón. Era un perrito blanco y lanudo, con una mancha negra en una de sus patas, de donde bajaba un pequeño hilo rojo, del color de la sangre: tenía una herida. Estaba sucio, mojado y parecía muy asustado. Seguramente se había escapado de su casa o se le había soltado de las manos a su dueño, ya que todavía tenía la correa en su cuello, con una plaquita donde estaba escrito su nombre: Manchita.
Marifè se acercó lentamente al perro, el animalito se agachó en sus cuatro patas, mientras movía su cola. Parecía sonreírle y la miraba con sus grandes ojos muy abiertos. Ella sintió mucha ternura y sonrió. Sin pensarlo mucho, cargó el perrito, diciéndole en voz alta algunas frases llenas de emoción:
- Tranquilo perrito, no te preocupes, yo te voy a cuidar. ¿Tienes hambre? ¿Frío?. Pobrecito. ¿Te duele la patita? Yo te voy a curar.-
Y comenzó a caminar.
Al principio no sabía exactamente qué iba a hacer y a dónde se dirigiría. Mientras se desplazaba lentamente pensó con mucha angustia: “ a mi casa no puedo llevarte, mi papá se molestará mucho conmigo y te botará a la calle o te llevará a alguna perrera, y no podré cuidarte. Pero no tengo donde ir contigo, ya es tarde y pronto se hará de noche”.
Entonces se le ocurrió una idea. Lo metería en su bolso para que no lo vieran al llegar a su casa y luego lo escondería en su cuarto, debajo de su cama. Sólo seria hasta que se curara, después lo llevaría a algún sitio donde lo cuidarían. Recordaba que su maestra, en una ocasión, les había hablado de un lugar donde cuidaban a los perros que se perdían.
Así lo hizo, entró, saludó rápidamente a su mamá. Su papá todavía no había llegado del trabajo. Se fue al cuarto, casi corriendo. Cerró la puerta y sacó el perrito de su bolso. Tenía miedo de que le hubiese pasado algo, estaba muy apretado.
El perrito salió corriendo y se escondió debajo de su cama. Marifè se agachó, extendió la mano y lo acarició. En ese momento escuchó la voz de su mamá que la llamaba para la cena. Ya su papá había llegado y estaban sentados, esperándola. Luego de asegurarse de que el perrito continuaba debajo de la cama, se fue a la mesa.
Con mucho cuidado, para que sus padres no se dieran cuenta, tomó parte de la comida: un poco de pollo, una tajada; el arroz era más difícil esconderlo. Al poco rato, les dijo a sus padres: .
-Hoy no tengo mucha hambre, me voy a acostar, estoy cansada y no tengo tareas- Les envió un beso con la mano vacía y se dirigió a su cuarto.
Allí, sin hacer ruido, alimentó al perrito, le limpió la herida con mucho cuidado, con un poco de algodón mojado en agua. El perro le lamía las manos y la cara y ella reía y le hacía señas para que no hiciera ruido. Esa noche Marifè no pudo dormir, por el temor que alguno de sus padres fuese a entrar al cuarto.
A la mañana siguiente, fue su papá como todos los días a despertarla y la encontró parada delante de la puerta. La miró y le dijo.
- Te sientes bien hija, te duele algo-
- No papá- contestó Marifè, dándole un beso en la mejilla y acariciando su cabello - vamos a desayunar-.
Al igual que en la cena, tomó parte de los alimentos y los guardó. Salió con sus padres y se despidió para dirigirse donde tomaba su transporte. La adolescente permaneció escondida por un rato, detrás de una pared. Cuando sus padres estuvieron lejos, regresó a la casa para cuidar a Manchita. Nadie podía conocer su secreto.
De esta forma, pasaron dos días. Marifé cada vez se veía más cansada y débil. Pero Manchita se recuperaba, corría por todo el cuarto, jugaba con sus peluches, y siempre tenía hambre.
Los padres, muy preocupados, llamaron a la maestra y ella les informó que Marifé tenia dos días sin ir a clase. Muy angustiados y enojados, se dirigieron a la casa y entraron, sin aviso. Fueron directamente al cuarto de su hija y la encontraron acostada con el perrito a su lado. Estaba acariciando sus orejas y diciéndole con una voz baja:
- Manchita, te quiero mucho, eres mi gran amigo, pero ya estás mejor, mi papa se puede enojar conmigo, también lo quiero mucho a él y a mi mamá que son mi familia, y no puedo defraudarlos. Mañana le pediré ayuda a mi maestra para llevarte a la casa de los perros.
Al decir eso, se puso a llorar con una gran tristeza. No se dio cuenta de que su padre y su madre se habían acercado para abrazarla con fuerza y con mucho amor. Su hija les había demostrado cuanto había crecido, cuan maravilloso y responsable ser humano era.
Marifè le contó todo a su padre, mientras su mamá cocinaba una rica cena para todos, incluido Manchita. Al día siguiente, los tres se dedicaron a buscar al dueño del perrito, que resultó ser un vecino, un niño ciego llamado Andrés.
La familia de Manchita también era muy hermosa y lo querían mucho. Andrés jugaba con el perrito y lo abrazaba con amor, feliz de haberlo recuperado. Marifè, se despidió, haciéndoles prometer que siempre lo cuidarían. A partir de ese día, de vez en cuando, Marifè visita a Manchita y con Andrés, disfruta de la compañía de un gran compañero.

2 comentarios:

Yolanda Fernández dijo...

Ahora por acá, releyendo a Manchita y todavía emocionada.
Gracias por participar y por el entusiasmo que le pones.
Siempre nos estamos lamentando del "poco tiempo que tenemos" para todo lo que debemos hacer, pero ya ves que "somos unas magas" del equilibrio... exprimimos nuestro tiempo y hacemos que nos alcance.
Sigue adelante, Filomena.
Sigue creyendo en esto y ayúdame a difundir las bondades de este medio como herramienta para la interacción, el desarrollo y el progreso.
Un abrazote muy grande y todo mi cariño para ti.

Carmen López dijo...

Que hermoso. Este suceso de Manchita es la fiel demostración del corazón de los niños.
Gracias Filo por compartir TU SABER, TU CAPACIDAD y sobre todo TU AMOR con todos nosotros.
Me encanta esto de BLOGGER